Vivir en Miami me hace pensar a diario en lo que significa la herencia hispana para mí, para la manera en que he criado a mis hijos, para mis hijos y para el trabajo que hago. Me he dado cuenta que ser hispana en los Estados Unidos me ha permitido tener tres experiencias distintas. La primera, como inmigrante Colombiana. Mis padres me trajeron aquí de niña, y como muchos inmigrantes, el sueño de mi padre era proporcionarle una mejor vida a su familia. La segunda experiencia la tuve cuando salí de Miami y sentí lo que era ser parte de la minoría, algo que nunca antes había sentido. Mi experiencia actual es la de una madre hispana que se esfuerza por dejarles a sus hijos su herencia hispana.
Ser hija de padres Colombianos no fue fácil. Llegué aquí muy pequeña y siempre fui considerada la “gringa” de la familia. A menudo me decían que era demasiado sensible, como los “gringos”, o cualquier otro comentario de esta índole, porque mis padres me veían como a alguien muy diferente a ellos. Yo era una joven Americana en un hogar Colombiano. La verdad era que no era ni Colombiana ni Americana sino una mezcla de las dos. Hoy me doy cuenta que yo soy bicultural y comprendo lo difícil que tuvo que haber sido para mis padres saber quien yo era porque ya yo formaba parte de otra cultura. En estos casos el instinto de la mayoría de los padres es el de intentar que sus hijos mantengan su cultura. Sin embargo, si los niños crecen dentro de otra cultura que es dominante, en este caso la Americana, asisten a escuelas americanas, con maestros Americanos, la labor más importante de los padres debe ser la de vercrecer a sus hijos dentro de las dos culturas y aceptarlo. Los padres deben estar dispuestos a darles a sus hijos la oportunidad de sumergirse en ambas culturas y dejar que sus hijos escojan de cada una lo que más les guste. Deben tratar de ver el mundo desde el punto de vista de sus hijos y juntos integrar esos dos mundos en uno. Si exploran la cultura del país de origen junto a sus hijos y con ellos descubren la cultura de los Estados Unidos, entonces ambos, padres e hijos, podrán crecer y cambiar juntos.
Esto me lleva a la segunda experiencia que tuve como hispana en los Estados Unidos. En Miami nunca me sentí como parte de una minoría porque todos éramos latinos, y no sé como, pero mi amigo americano y rubio también era latino. Cuando me fui a estudiar a la Universidad en Boston supe que era ser “brown” (marrón). La experiencia de sentirme como parte de la minoría, con todos sus estereotipos, fue difícil e interesante. Tuve la oportunidad de observar los privilegios de los blancos desde una perspectiva objetiva, porque hasta ese momento en mi vida, la experiencia de formar parte de la minoría no me había afectado personalmente. Ahora mi herencia, mi cultura y hasta mis rasgos eran diferentes e inferiores. Fue interesante saber que algunas personas que pasaron por mi vida no quisieron llegar a conocerme porque yo era física y culturalmente diferente. Esta experiencia la volví a tener cuando me mudé a California y más tarde en mi vida professional como terapeuta en Los Angeles. Como terapeuta tuve la experiencia de lo que significaba ser “la otra” y de como esto moldeaba a los jóvenes que yo estaba ayudando. La idea de lo que es ser “diferente” y de ser juzgado por factores externos, es lo que provocaba a algunos jóvenes a rechazar la cultura de sus padres porque esa cultura era precisamente la razón por la que eran descriminados. Otros jóvenes, aceptaban el estereotipo que se les asignaba y el empequeñecimiento que esto conllevaba porque el aceptar la cultura de los padres les daba una cultura a la que podían pertenecer y en la que se podían reconocer.
El perjuicio de los padres y los efectos que esto tiene en el niño es otro obstáculo y por esto debemos pensar en cómo le hablamos a nuestros hijos. A una edad muy temprana los niños se dan cuenta de lo que significa ser diferente. Como padres debemos tomar la oportunidad para explicarles a nuestros hijos que no se deben tomar decisions basadas en el hecho de que otra persona sea diferente a nosotros. Debemos pensar cuidadosamente cómo hablarles a nuestros hijos cuando otra persona los está juzgando o rechazando porque ellos son diferentes. Te invito a que no culpes, ni simplifiques ni evites porque en mi experiencia ,ninguna de estas tres opciones soluciona el problema.
Siendo hispana en Estados Unidos, la experiencia más difícil que he tenido es la crianza de mis hijos y enseñarles a apreciar su herencia hispana. Siempre les he hablado en español, sin embargo le hablo en inglés a mi esposo que es Cubano Americano. Mis hijos no habían descubierto la importancia de hablar español hasta que los llevé a visitar a mi familia en Bogotá. La comida Cubana y la Colombiana al igual que la música, como el merengue, la salsa y el vallenato colombiano son parte de nuestra vida familiar. Como resultado, La Carreta es el lugar donde mis hijos toman sopa o comen arroz con frijoles negros y les encanta beber maracuya en el restaurante Colombiano. A pesar de esta infusión cultural, mis hijos no conocen los orígenes de estas comidas, música o bebidas, sólo saben que es parte de nuestra familia. Lo más importante de estas experiencias es que las compartimos en familia. Mi esposo y yo somos biculturales. Los dos hemos tenido experiencias en las dos culturas, en las dos formas de vida y de cada una de estas culturas hemos escogido los aspectos que nos hacen quienes somos. El mundo que mi esposo y yo les mostramos a nuestros hijos es el mundo que nosotros conocemos y experimentamos desde nuestro punto de vista bicultural. Comemos pollo frito y chicharrón acompañado de frijoles negros y arroz blanco y a veces Mami hace jugo de maracuya mientras escuchamos la música de Bruno Mars. Mami le habla a Papi en español y Papi contesta en inglés. Lo más importante es enseñarles a nuestros hijos nuestras propias experiencias, nuestra verdad y nuestra autenticidad, sin tener que justificarnos. Entonces, podrás ser testigo del proceso a través del cual tus hijos escogen y se hacen ciudadanos de este maravilloso mundo nuevo.